Solemos atribuir a los milagros dos características: consecución en un breve lapso temporal, y carecer de «explicación racional». Para que a un hecho le asignemos carácter milagroso, debe ocurrir en un breve período de tiempo (por ejemplo: la curación de una enfermedad que demorara diez años difícilmente la veríamos como algo milagroso) y no encontrar causas naturales. De hecho, la instantaneidad fortalece la noción de «no natural» o «sobrenatural», ya que, en el orden de lo inmanente, todo lleva su tiempo. Por todo esto, los milagros se nos aparecen como muy inusuales, y asimismo, muy discutibles: lo que hoy no tiene «explicación racional» perfectamente puede tenerla en unos años.
Ahora bien, en esta concepción de «milagro» ¿cuánto hay de magia? Y el dios al que se le ofrecen sacrificios (limosnas, promesas varias) a cambio de un milagro ¿cuánto tiene de ídolo? ¿Acaso Dios, creador y fundamento de todo lo que existe, necesitaría de nuestros intercambios?
El problema está en que nos representamos a Dios como estando «afuera» nuestro, en un hipótético «cielo», «arriba»; nosotros «acá» y Dios «allá». Por lo tanto, asumimos que todo lo que «viene de Dios» por su misma definición prescinde de toda causa natural («de acá») y «baja» directamente «de lo alto». Si pudiéramos empezar a «representarnos» a Dios según esa hermosa frase de Pablo de Tarso «en él vivimos, nos movemos y existimos, como muy bien lo dijeron algunos poetas de ustedes: «Nosotros somos también de su raza» (Hechos 17,28), empezaríamos a ver que nuestra libertad convive en eterno maridaje con la gratuidad divina; que nuestra responsabilidad y potencia humana viven anudadas al don inconmensurable de Dios; que Dios vive obrando en nosotros y a través nuestro, siendo al mismo tiempo absolutamente trascendente y radicalmente inmanente a cada criatura. Entonces resulta que los milagros suceden a diario, y que el desafío para nuestra libertad es -ni más, ni menos- disponerse a que esa dinámica, con todo lo que implica de esfuerzo y riesgo, se manifiesta plenamente en nosotros y en el mundo.